La historia de mi mamá y mi
papá tiene matices melodramáticos, con sus luces y sombras se inició la familia
de la que emergí como pude y acá la estoy contando. Mi papá y un grupo de
amigos del barrio fueron de vacaciones a Montevideo, Uruguay, cuando él iba a
cumplir treinta y dos años. Ahí mismo, en la playa, surgió un amor a primera
vista. Nunca conocí los detalles del encuentro y ahora no están para
preguntarles, pero viendo una foto de mi mamá en esa época, en traje de baño y
con una gran capelina, mi papá habrá quedado deslumbrado. Y a ella le habrá
sucedido algo similar, él tenía un físico armonioso porque practicaba boxeo, era
un tano pintón, con bigotito y sonrisa gardeliana. El breve veraneo terminó y
comenzó la correspondencia. Y ahí el diablo metió la pata. Mi papá le pidió a
un amigo que le hiciera las cartas para su enamorada, al mejor estilo Cyrano, y
también como en esa historia las cosas no resultaron como se esperaba. Llevados
por el entusiasmo planearon una rápida boda, única manera de estar juntos. Mi
mamá vino a casarse con el de las cartas y acá la esperaba sólo el que ella
había conocido el verano anterior. Todo lo que imaginó que viviría, tomando en
cuenta las palabras apasionadas volcadas en el papel, fue solamente el amor
llano y sincero de un hombre que no se había permitido mostrar tal cual era. La
desilusión fue tan grande como el miedo a deshacer los planes a punto de
concretarse, el temor ganó la partida y se casaron. No sé si ella le reprochó
en algún momento la mentira o si al descubrirla hizo como que lo perdonaba.
Pero lo cierto es que la base de esa unión estaba ya antes de iniciarse, al
filo del abismo. Y así fue pasando el tiempo, nací yo, al año y medio mi
hermano, y luego dijeron basta de hijos. Vivieron desde el primer momento en la
casa de mi abuelo y cuando mi mamá quiso tener la suya propia la respuesta fue
no. Para qué iban a ponerse en gastos si ahí tenían todo lo que se necesitaba.
Había espacio de sobra para todos. Ella tuvo que sobreponerse a nuevas
desilusiones, pero no se arredró, tomó la decisión de trabajar y lo logró, el
desencanto inicial la fortaleció, salió adelante con su propia vida y cuando mi
hermano y yo ya éramos grandes, decidió la separación. De ahí en adelante fue
un fórmula uno, nada la detuvo en su afán de superación. Por carácter yo tenía
más afinidad con mi papá, pero no puedo dejar de reconocer el espíritu de
superación y lucha de ella. Una mujer admirable, mi mamá.