COMO SI NO EXISTIERA
Cuando me lo contó no sabía si reir o condolerme, estaba muy angustiada. La pobre no tuvo mejor idea que salir a las seis de la tarde, imaginate con qué se encontró. Los colectivos no paraban, del subte ni hablar, resolvió caminar. Claro que los zapatos de taco no eran la mejor opción, pero se animó resuelta; quince cuadras, ella estaba acostumbrada.
Las primeras tres fueron pan comido, a partir de la cuarta aminoró la marcha, ya en la quinta comenzó a resoplar. Como iba en el trayecto del colectivo, espió por si venía alguno, y sí, en la cuadra anterior estaba detenido, esperando el semáforo. Decidida a todo se paró en medio de la calle y le hizo señas, quedó con el brazo extendido hasta casi chocarlo. El colectivero la miró ceñudo al subir y le dijo: “oiga, ¿quiere matarse hoy y me eligió a mí?”
Con la mejor sonrisa se disculpó, “es que temía que no parara, está tan lleno…” y se corrió como pudo, a los codazos para alejarse cuanto antes del papelón. Miró el reloj, la película estaba por empezar, con suerte llegaría a tiempo. Pero el colectivo no avanzaba, una larga hilera por delante le impedía el paso. Estirándose por sobre la gente, vislumbró unas luces de ambulancia, casi dos cuadras más arriba. Lo que le faltaba, un accidente. Tocó el timbre para bajarse y el chofer, inmutable, ni la miró. Ella reclamó dos o tres veces, “por favor, ábrame la puerta”. El tipo como si nada, miraba hacia adelante. Lo más extraño es que nadie salió en su ayuda, cada uno siguió en lo suyo. Desolada, se puso a llorar, primero en silencio, luego con sollozos hipados, así, hasta que pasados diez minutos, el colectivo retomó la marcha.
Y ella insistía, “como si yo no estuviera ahí, como si no existiera.”