ELLA BUSCABA TERNURA…
¡Y ÉL TAMBIÉN!
Nunca la embocaba, cuando le gustaba algún muchacho, seguro que él quería sólo “eso” y nada más, En cambio, si alguien se acercaba a ella con modales gentiles y aparentes buenas intenciones, lo miraba con desprecio al papanatas de turno. Buena parte de su juventud transcurrió en esa misma rutina, hasta que apareció “él”.
No era para decir: Ahhhh… pero tenía un no sé qué. Al principio le costó que se decidiera, los lugares en común los encontraba charlando distendidos, riendo despreocupados, pero ella quería algo más y él no pudo resistir su ímpetu avasallante. Por fin, se decía, ahora sí tengo a mi hombre ideal. A veces los milagros suceden, las almas gemelas se unen y todo así.
Ya no eran tan jóvenes y el tiempo los ayudó a tomar la decisión de formar una familia. Claro que la que motorizaba la relación era ella y él se dejaba llevar, encantado con su cómoda posición de galán consorte. Antes de que se preguntara si no se estaría equivocando, se vio en el Registro Civil y la Iglesia , todo el mismo día, para qué demorar las cosas, ¿no?
Le extrañaba que, en el corto noviazgo, ella no hubiera tenido la inquietud de intimar más, pero como estaba educada a la antigua y su familia era tan religiosa, lo comprendió.
En la gran cama de la suite nupcial, ambos con primorosos conjuntos de dormir, están tendidos, muy juntos, tomados de la mano y charlando. En tren de romper el hielo, él le dice, muy quedo, querida, soy gay. Ella sonríe y le contesta, ya lo sé mi amor, yo también.