Cuando
mi hijo más chico llegó desde la casa de su abuelo y me entregó el retrato, me
quedé mirándolo. Qué hacer con él? Le quité los restos del papel trasero,
amarillo y descascarado por el tiempo, esa pareja en su viaje de bodas,
fotografiada desde lo alto de la embarcación que cruzaba el lago, ya mostraba
su futuro. Mirar hacia el mismo lado, nó a los ojos de uno y otro como tantos
enamorados. Un mismo proyecto, formar una familia, la propia, cumplir con los
mandatos que se imponían desde las carencias. Y el mandato fue cumplido, con
algunas intermitencias, pero firme en su fase final. Esa familia permanecería
unida por sobre tormentas y borrascas. Claro que no fue sencillo, hubieron
heridas permanentes para todos sus integrantes. Pero se sabe que cicatrizan con
los años. Ahora está colgado en mi habitación, algunos se preguntarán qué hace
ahí, cuando esa historia es pasado, cuando no tuvo un final feliz, pero yo la
viví en su totalidad, y a pesar de todo, mis sentimientos no cambiaron en su
esencia, me van a acompañar siempre.