Subí la persiana unos
centímetros para descubrir el amanecer. Sobre el alféizar había dos globos, uno
verde, el otro desapareció antes de que pudiera ver su color. Quise continuar
subiendo la cortina enrollable, no pude, quedó atascada. En el pequeño
rectángulo aparecieron dos ojos, observándome. Dos enormes y hermosos ojos
claros, transparentes como el agua. No había nada más alrededor, ni arriba ni
abajo, sólo esos ojos inmensos que me daban una gran paz. Lo sentí en todo mi
ser, como si un mar me cubriera y yo flotara suavemente hacia no sé qué lugar.
Le pregunté su nombre, escuché: “Kal-el”, pero fue sin palabras, sólo con su
mirada en la mía.