No suelo escribir sobre la realidad política y social de mi país, pero hoy tengo ganas de hacerlo, con la modestia de mis escasos recursos informativos y el ser testigo de años de falta de proyecto de verdad para desarrollarlo. Cuando algún gobierno tuvo el impulso de cambiar cosas para bien, terminó denostado por los errores cometidos, tenemos la mala costumbre de condenar todo lo que hizo el que se fue. El que llega es el Rey, o reina en nuestro caso. Y borra de un manotazo lo bueno que se pudo haber construido o proyectado. Así nunca vamos a crecer. Las personas que votaron y ganaron con su voto no somos los que estamos sintiendo todo esto. Hubo una gran movida para que los extranjeros votaran, beneficiados por planes “no trabajar”. Ellos, y los eternos corruptos y acomodados, políticos, sindicalistas, empresarios, fueron los ganadores. Estos últimos se están peleando ahora por la porción de torta que queda, y que pronto serán miguitas. Damos pena internacional, se ríen de nosotros y nuestra “reina” venida a menos, hace papelones además en sus viajes. Para peor, como si la atmósfera estuviera contaminada, hemos perdido los valores que alguna vez protagonizaron ante el mundo un país pujante y con una educación superior. La destrucción de hogares, por nuevos proyectos de pareja que dejan a los hijos a la deriva, tiene mucho que ver con esta realidad triste y desesperanzadora. Y aparecen los oportunistas que ponen a estos chicos en un pedestal, haciéndoles creer que son protagonistas del futuro, cuando deberían estar estudiando seriamente en lugar de hacerse dueños de las escuelas y ocuparlas a discreción y con excusas carentes de sustento real. En estos días se prepara una marcha de protesta del pueblo demasiado anunciada, demasiado apoyada por algunos sectores. Es importante que los que estamos pidiendo un cambio nos juntemos para reclamar, pero no hay que olvidar que el voto es nuestra mejor arma para luchar contra la falta de ética, honestidad, civismo y sacrificio que demanda un país en serio.