La mujer estaba inmóvil parada en esa
esquina. Sus lágrimas caían sobre la vereda formando pequeños lagos circulares,
poco a poco se fueron extendiendo y ahondando. Cuando ya nada se pudo hacer,
más que flotar, ella se elevó en un segundo. Los rayos del sol traspasaban la
gran cascada, describiendo en su irrigar, el arco iris.