martes, 21 de mayo de 2019
PROBLEMAS MATRIMONIALES
Lo titulé así por la similitud de la situación
con lo que sucede en muchos matrimonios hoy en día. Se trata del celular en la
mesa, del desayuno, del almuerzo o de la cena. Convivo con mi hijo más chico,
fruto de la segunda mitad de mi matrimonio, nacido veinte años después de sus
hermanos mayores. El ya tiene su proyecto de independencia habitacional, un poco
demorado por la situación económica actual. En el mientras tanto mantenemos una
buena convivencia, alternamos charlas diversas, amables o ásperas según los
temas, pero siempre con abrazos y cariño recíprocos. Es el autor de Iona, de quien
hablé hace poco. Su teléfono es su mano tercera, siempre lo acompaña, en las
comidas está atento y vigilante, comparte conversaciones, y a veces se
incomoda, estoy hablando del celular, aclaro. Muchas veces hago un comentario y
el silencio es la respuesta, espero un rato e insisto (soy insistente!) Por fin
mi hijo pregunta, me dijiste algo? Y ya me olvidé! Es que el tiempo pasa y las
neuronas tienen una supervivencia limitada. Lejos de enojarme lo entiendo, sus
temas son más entretenidos, por lo general hablo de lo que pasa en mi entorno.
Pero resulta que esa reacción mía le genera culpa, entonces me dice, soy un
plomo, no? En ocasiones podemos compartir noticias que encuentra en su aparato,
o por ahí yo busco algo en el mío para intercambiar. Su medio ambiente está
ampliado ahora por su nueva carrera, de cada grupo hay watsaps! Mi ex suegra se
quejaba de que su marido volvía del trabajo y casi no hablaba, ella, sola todo
el día, extrañaba conversar. Yo no sufro ese inconveniente, ya mencioné que
canto con mi mp3 en el bolsillo, y dialogo con la radio y la TV. Pero hay
momentos en que me gustaría que el celular estuviera mudo! Por un ratito nomás,
el de la mesa compartida.
jueves, 9 de mayo de 2019
NI PAPÁ NOEL NI HADA MADRINA
Somos
grandes, ya pasamos por todas las etapas de maduración, hemos vivido lo suficiente
como para aprender. Quienes asuman el mando de un nuevo gobierno deben saberlo,
nos tienen que hablar con convencimiento y con verdad, con autocrítica sincera.
Y quienes somos los habitantes comunes de nuestro país debemos entenderlo y
aceptarlo. Se acabaron los sueños juveniles de la fantasía que colmaba las
expectativas milagrosas. Hace un tiempo, en épocas de votación, un grupo de un
partido de la izquierda repartía volantes. Yo me detuve y les dije, ustedes no
quieren gobernar, solo quieren hacer ruido, de lo contrario se unirían, son un
montón de grupos diferentes que supuestamente apoyan un mismo ideal, pero no se
juntan para llevarlo a cabo. Sorprendido, el muchacho alcanzó a murmurar, sí,
nos juntamos. Claro, ese año se habían unido a otro grupo, no a la totalidad. Este
ejemplo sirve para cualquier otro partido, que, proclamando unirse para
triunfar, no acepta compartir. Y aunque creamos que son ellos, también somos
nosotros, estamos siempre esperando al héroe que venga con su escudo y con su
espada y mate a los dragones y nos libere y seamos felices. El futuro no se
construye con esa ilusión, crecer duele, deberemos lograrlo aun en el
sufrimiento presente y con todas las dificultades. Un proyecto serio de país es
posible si su gente está dispuesta, los gobernantes no son extra planetarios,
provienen de nuestra identidad.
viernes, 3 de mayo de 2019
DE IONA A POST GUERRA
Un día mi hijo más chico volvió de
la escuela diciéndome Ion, Ion, esto, Ion, lo otro. Le pregunté de dónde salía
eso, me dijo, es Jon. Lo usaban para hablar entre los chicos, fue antes del
famoso bolú que después se puso de moda y hasta hoy se escucha. Le reclamé, no
soy Ion, ah, dijo él, entonces serás Iona. Y así me quedó el apodo, pero por
mis costumbres de guardar todo hasta el último suspiro, en los últimos tiempos
comenzó a llamarme post guerra. Hace poco mi cama se rompió, hice un relato
fantástico para relatarlo, pero la realidad es que quise arreglarla sin decir
nada. Busqué varios libros de tapa dura, los apilé, los cubrí con papel y bolsa
de polietilieno y los calcé con gran prolijidad donde estaba la rotura. Yo
estaba muy orgullosa con mi arreglo, pero mi hijo descubrió los paquetes y me
preguntó, ¿por qué tenés libros bajo la cama? En ese momento le contesté, ya no
hay lugar. Inocente de mí, creí haberlo engañado luciendo mi perfil post
guerra, pero él se apareció un día con un moderno somier y ahí está ahora
reemplazando mi antigua cama de madera de mil quinientos años. Recuerdo las épocas en que algo se descomponía
y yo lo esperaba a mi marido de vuelta del trabajo con la hoja del diario
marcada en el nuevo aparato, en eso éramos compinches, él se comunicaba por
teléfono con la casa de electrodomésticos y a los dos días lo teníamos en casa.
Pero los años pasan y uno va cambiando, en consonancia con el bolsillo. Pretendo
ahorrar y a veces exagero.
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