Un hermano puede ser un
enigma para toda la vida si nació bajo el signo de Escorpio siendo yo de Aries.
Tiene un año y medio menos, pero siempre fue el mayor. Por carácter, por personalidad
y por empecinamiento. De chicos, propulsor de rebeldías, en contraposición a mi
obediencia debida.
Sus escapadas desde
la sillita alta, en su más tierna infancia, resultaban apoteósicas. Nadie
descubría cómo lograba zafarse de las ataduras con que lo pretendían resguardar
del peligro de caerse. Cuando menos lo esperabas, él te miraba desde el piso y
vos con la boca abierta, sin explicación. Y ni qué hablar de las corridas
delante del abuelo y su gran cinturón, después de abrirle la jaula a los conejos.
Sus pies parecían turbos en acción. Si no fuera por los perjuicios, eran para
festejar. La escuela fue otro desafío. Las maestras citaban a la familia
continuamente para presentar quejas. Perjudicaba el normal funcionamiento de la
clase con sus distracciones. Y así fue pasando el tiempo, en cada escala de su
vida las anécdotas eran recurrentes. Por otra parte, se ganaba el afecto de
todos los que lo conocían por sus condiciones para ser un muy buen amigo de sus
amigos. Con los chicos tenía un don especial, él se encargaba de calmarlos o
jugarles cuando los padres perdían la paciencia. Es el día de hoy, que con sus
propios nietos continúa la misma labor inapreciable. Sus hijas pueden descansar
tranquilas, ante cualquier imprevisto el abuelo está siempre listo para
auxiliar. En cuanto a su relación conmigo, varía en intensidad de acuerdo a la frecuencia
de los encuentros en reuniones o festejos. Los cortos circuitos pueden entrar
imprevistamente, sin que lo notemos, por algún resquicio imperceptible. El se
mantiene en el control de la relación, cuando quiere se muestra cariñoso y contenedor,
o frío y distante, según su parecer. Ya me acostumbré a este funcionar
titilante. Y no hago demasiado para que cambie, para mí siempre será un enigma.