En mi barrio ya están ensayando las
murgas para el carnaval que pronto llegará. Y esto me trae a la memoria mi más
temprana juventud y el grupo de amigos de mi hermano y yo, concurriendo al Club Vélez Sársfield o al Centro Asturiano. Fue
ahí, precisamente, donde encontré a un excelso profesor de tango, de
casualidad, cuando al sacarme a bailar con el clásico cabeceo, yo le dije, “derecho”
y él me contestó “yo te llevo cruzado”. Así se denominaba el paso real del verdadero
tango, el derecho era para los neófitos. Fue nada más tomarme en sus brazos y
ya me sentí una bailarina avezada, su marcación en mi espalda me llevaba a
dibujar con mis pies los pasos adecuados. Transcurrieron varios minutos, la
música se iba multiplicando, y mi alegría también. Cuando llegó a su término la
tanda, él me dijo, bueno, nos vemos en un rato y se fue. Mi hermano y sus
amigos estaban ya en la pista de pasodobles, donde Los Gavilanes de España se
disponían a comenzar su espectáculo. Bailé con ellos un rato y luego les dije,
voy a encontrarme con un chico que me enseñó a bailar tango. Ellos se miraron y
sonrieron, “¿y dónde te espera? preguntaron” En la pista, les dije, y salí
rauda y entusiasmada. Al llegar, me puse a buscarlo denodadamente, no pude
encontrarlo. Los vi cerca a los amigos de mi hermano, creo que sabiendo de
antemano que mi presunto profesor había decidido desaparecer. Sabido era, que
si hubiera estado interesado, no me habría dejado escapar!