Cuando llega el momento de
ir siempre pienso, ¿y si no voy? No soy
nada original por contar esto, imagino que en casi todas las reuniones de este
tipo sucede lo mismo. Siempre está el que lleva la voz cantante, el que
protesta en medio de otros discursos, el que se queja porque no puede hablar.
Esta vez hubo un “presidente de asamblea” muy conocido por mí, dado que es el
dueño del departamento superior, alquilado al poseedor del perrito meón. Lo
miraba hablar con tanta autoridad que no podía creer su falta de buenos
resultados para convencer a su inquilino de corregir la falta vigente por años,
creo que ya van siete. Si se cumple la leyenda, debería producirse el milagro
de un cambio significativo! Afortunadamente, pude adoptar una actitud neutra,
impávida ante su encendido parlamento y dejar correr mi imaginación hacia otros
derroteros, lejos de ahí. Problemas serios necesitan soluciones urgentes, nada
novedoso, y reparaciones en espera seguirán así por algún tiempo más. En un
edificio de más de cuarenta años todo está envejecido. Mi vecino favorito tuvo
después su oportunidad, es quien siempre acude en mi ayuda cada vez que algo
sucede y debe ocuparse el consorcio de solucionarlo. Me sorprendió gratamente su
acalorada alocución en favor de la unión de algunos enemistados, un respetuoso
silencio lo acompañó. Ignoro si servirán de algo sus buenas intenciones, al
menos se calmaron los ánimos en el momento. El principal motivo de la reunión era la
remoción del administrador por parte de algunos propietarios enojados, pero
como ya tuvimos malas experiencias con otros, triunfó el buen criterio de la
mayoría y pudimos sostenerlo en su segundo mandato. Mis carencias continuarán,
amarga victoria!