Cuando me los puse no quería soltar la mano de mi mamá, iba y venía tirándola de un lado a otro.
Uy, qué lindo, es como volar bajito, ahora abro los brazos, vuelo, vuelo, ¡cuidado acá va la mujer maravilla, salvaré al mundo!… zás, qué susto, pobre colita, cómo duele, ¡mamaaá!
La próxima vez no le digo nada, sino me los hace sacar como hace un rato y me quedo sin jugar. Me la voy a aguantar solita, total duele un rato y después pasa. Mañana salgo a la vereda y les muestro a las mellizas cómo ando sobre rueditas. Se van a morir de envidia, son unas pavotas insulsas con esos moñitos en la cabeza parecen muñecas de plástico. La madre las tiene cagando, si corren les grita, ¡paren que se van a ensuciar!
Y las muy estúpidas le hacen caso, en lugar de irse corriendo y después aguantarse la paliza, porque les pega de lo lindo, yo escucho desde mi pieza cuando se arma la gorda. Pobrecitas, son tan debiluchas que si las tocás se caen. Y lo miran con esos ojos de huevo duro a Juan Ignacio cuando pasa con la bici y hace ring, ¡chau chicas! Como si él se fuera a fijar en ellas. Yo lo veo mirarme de reojo, se hace el indiferente, pero bien que le gusto. La otra tarde se puso todo colorado cuando casi chocamos en la esquina. Pero lo que no sabe es que lo hice a propósito, me asomé y lo vi que venía, entonces me quedé quietita y cuando escuché los pasos me apuré y di la vuelta. Ja ja ja, ¡la cara que puso! Le queda lindo el pelo más largo…
- Betinaaaaa! ¡Bajá de la nube y vení a ayudarme, mirá que no te compro los patines, eh!