miércoles, 13 de abril de 2011

                     Los domingos en que lo invitaba a comer al mediodía, él llegaba con su infaltable paquetito, costumbre tana que siempre copié. Nos sentábamos y de inmediato mis hijos, mi marido y yo la emprendíamos fervorosamente con la pasta del día. El, en cambio, se tomaba su tiempo, partía trocitos de pan, comía muy despacio y saboreando la comida. Cuando nosotros ya estábamos por dejar el plato vacío, nos insistía para que no lo esperáramos, que siguiéramos adelante con el menú. Esa manera de ser, esa humildad de proceder, me emociona cada vez que lo recuerdo. Nunca quería molestar, si lo estábamos llevando de regreso a su casa luego de una salida familiar, se quería bajar en cualquier esquina donde un colectivo lo acercara. Su única debilidad eran las chicas, de cualquier edad y color. Los ojitos le brillaban si alguna andaba cerca y no sabemos cómo conquistaba de vez en cuando a alguna candidata que luego lo acompañaba por un tiempo en su diario vivir.  Era un tímido Don Juan, pero Don Juan al fin. Y a veces constituía un problema, porque no toda la familia coincidía con sus gustos a la hora de elegir. Una sola vez me negué a que nos visitara con su ocasional compañía porque se trataba de la comunión de uno de mis hijos. Quizás el fervor religioso se me había contagiado, pero luego lamenté haberlo hecho, él fue más cabezadura que yo y no concurrió. En lo sucesivo acepté su manera de ser con la comprensión que dan los años. Viéndolo ahora con la lejanía de su ausencia y la de mi mamá, creo que él logró ser más feliz a pesar del dolor que tuvo que atravesar. Porque vivió como quiso y eso no tiene precio. En cambio mi mamá luchó siempre por algo más pero no se hacía el tiempo para disfrutarlo y a la larga eso la desgastó. Es curioso el valor que las personas dan a los logros. A la luz de los acontecimientos mi mamá parecía una triunfadora, pero el que realmente supo valorar la vida fue él. Aunque tuvo que sobrellevar una enfermedad, lo hizo de una manera muy digna y cuando ya no estuvo dejó una huella imborrable en la memoria de quienes lo conocieron. Por distintos motivos mi mamá también lo consiguió, con la diferencia que ella no alcanzó su propia felicidad.
                   Tengo un portarretrato de los dos en la casa de fotos el día de su casamiento. Ahí van a estar juntos siempre aunque la vida los haya separado todavía jóvenes. Porque pienso que las parejas quedan unidas por un hilo invisible a pesar de las diferencias, cuando el destino los hizo elegirse alguna vez.
                  

7 comentarios:

  1. hermosisima manera de homenajearlo
    me llena de ternura un recuerdo así

    en distintas circunstancias y estando siempre junto a mi mamá, pero me trajiste su imagen

    beso enorme

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  2. Gracias Laura, en realidad me da un poco de pudor contar cosas tan personales, pero me doy cuenta de que es lo que más les llega a las personas que leen, será porque uno escribe mejor de lo que más sabe. Un beso

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  3. es conmovedora tu historia,y es cierto lo que decís, sobre todo lo de respetar a la persona a que viva como quiere ser, siempre que no moleste a los demás, quienes deben tolerarlo; y a lo del hilo que mantiene unida de algún modo a quienes se amaron. Muchos saludos maría cristina.

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  4. un relato a la scarlato
    con salsa al fileto y parmesano o sardo rallado
    ummmmmmmm, un manjar
    un abrazo ragazza

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  5. Gracias Magú, besito grande y cuidate

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