Regresaba al Banco después de mi
hora de descanso, cuando a media cuadra observé a la pareja que salía de la
sucursal. Él, era un cliente; ella, rubia, vestida de rojo y muy elegante, no.
Los dos, con idénticos maletines. A unos pasos de la peatonal, cuatro tipos de
riguroso traje oscuro los rodearon.
El tráfico me impedía avanzar.
Un movimiento en el grupo dejó al descubierto un arma de fuego, que derribó de
un certero disparo al cliente sobre la vereda.
Con los maletines que
antes llevara la pareja y aferrando de un brazo a la mujer, partieron hacia la
esquina donde yo aguardaba para cruzar. Mientras ellos ascendían a un automóvil
con el motor en marcha, quise arrebatarles a su víctima. Pero al acercarme vi
que ella sonreía, suave y aviesamente sonreía.