sábado, 29 de junio de 2013

PERIPECIAS DE UNA CINÉFILA EN APUROS

                             Miré la cartelera por Internet, pero como ya me había pasado que equivocaran el filme, lo confirmé por teléfono. Salí muy contenta con tiempo para la función de las 13 hs., la siguiente ya no contaba con el descuento. Llegué y vi una fila interminable, ese día había películas para los chicos de todas las edades en sus tres presentaciones, subtituladas, dobladas y en 3 D.
Lo consulté al chico que cortaba las entradas, sobre si alguna boletería vendía entradas para las funciones en pocos minutos. Me dijo que no y que preguntara en las boleterías, “con preguntar no pierde nada” fueron sus palabras. Crucé muy decidida la línea de fila, diciendo “voy a consultar” y pasé por debajo de la cinta divisoria ante la mirada sonriente de uno de los boleteros. A él me dirigí y le presenté mi problema, veinte minutos para que comenzara mi película y una cuadra de cola. Me dijo, espéreme un minuto. Terminó de atender y me dijo, sí? Un señor, con su mujer y dos hijos, muy apurado se adelantó, ¡mi función ya empezó 12.30! El chico, muy formal, le explicó que los jubilados tenemos prioridad. Si es verdad, no lo sé, pero salió airoso. Por supuesto exclamé, atiéndalo, por favor. Para resumir, luego de tener en mi poder la entrada, voy hacia la escalera de descenso a las salas, y me roza el comentario de una mujer enojada: ¡Algunos no hacen la fila y tienen suerte! Mi brazo en el de ella susurró, es que soy jubilada y tengo prioridad… utilizando el argumento del joven boletero. Mi espalda recibió, ¡son muchos los jubilados! Claro que no ese mismo día. La única película para gente grande de la jornada, la vi yo solita en toda la sala, privilegiada espectadora, al decir del muchacho acomodador que me saludó muy cordial al salir.

domingo, 16 de junio de 2013

MUY FELIZ DÍA DEL PADRE!!!!!!!
PARA TODOS LOS PAPÁS DEL BLOG
QUE FESTEJAN HOY!!!!!!!

Y para quienes no los tenemos y recordamos siempre, tenerlos presentes hoy con los momentos vividos a su lado.

UN ABRAZO GRANDE PARA TODOS

viernes, 14 de junio de 2013

LOS ZAPATOS DE MI TÍA

                         Cuando tenía algo más de seis años, pasaba mucho tiempo en el patio trasero, jugando o leyendo cuentos. Detrás de mí, sobre el techo de chapas que correspondía a la cocina del abuelo, dormían al sol los zapatos de mi tía que, vaya a saberse el por qué, ella dejaba ahí, abandonados. Alguna que otra vez, subía con la escalera de madera y estirándome con cuidado alcanzaba a bajarlos, aunque de pares diferentes, nunca estaban juntos a mano. Me daba unos buenos porrazos andando en las alturas por un buen rato, hasta que alertados por el taconeo, aparecía alguno de mis tíos a llamarme la atención. De todos modos, no era nada placentero calzarlos, estaban tan endurecidos que lastimaban mis pies. Cuando crecí, olvidé preguntarle a mi tía para qué los dejaba en ese lugar, en lugar de tirarlos a la basura. Y ahora ya es tarde, murió delirando persecuciones. Fue una mujer hermosa, tuvo infinidad de pretendientes pero con ninguno logró formar una familia. Quizás esa no era su ambición, recuerdo muy bien un último contacto telefónico. Al llamarla para reunirnos en Navidad, su respuesta fue lapidaria. “Para qué? Tengo que gastar en regalos, ustedes son un montón y yo sola para todos.” No estaba lejos de la verdad, pero nunca entendió que no queríamos regalos, sólo compartir los festejos con la familia. Eligió a su hermano menor para continuar ligada al resto. Y hacía periódicos viajes a San Miguel, donde él vivía, reprochándole que no la visitara más seguido. Él y una antigua amiga, fueron su compañía. Los sobrinos y nuestra prole no participamos de sus últimos años, aceptamos su decisión, que mantuvo firme hasta el final.

sábado, 8 de junio de 2013

EL DESINFECTADOR

Puntualmente, los días sábados primeros de cada mes tocaba el timbre: Desinfectadoooor!  Abría la puerta con entusiasmo, a pesar de que los resultados eran insuficientes. Como viejos amigos nos saludábamos, hola qué tal, y… siempre andan por acá, no terminan de desaparecer… Qué barbaridad, y mire que las enfrentamos con un arsenal! Suspiro de mi parte y mutis hacia el living, mientras él, sin ningún resguardo ni máscara protectora, vaciaba su tubo de gas desinfectante entre la cocina y el baño. Me dejaba gel en las tapitas de gaseosas que siempre me recomendaba guardarle para dosis extras del especial tratamiento.

                                Hace tiempo que no lo veo, pregunté al encargado y dijo que creía se había mudado al interior. Pero la empresa que tenemos no manda a nadie más? Sí, ya avisamos y se van a ocupar. Muy bien, pero mientras tanto las cucas siguen saludándome cada mañana en gran profusión, espero que pronto tengamos un nuevo desinfectador.

                                 Él ingresa a un edificio hermético por un portón automático, y dentro de un enorme tubo fosforescente muta su cuerpo humano en una inconfundible cucaracha gigante. Es recibido con gran alborozo por la comunidad. Tranquilos, dice desde el elevado sitial, ya impregnamos toda la ciudad de alimento imperecedero.

sábado, 1 de junio de 2013

ELLA LO VIO GUARDAR ALGO EN EL BOLSILLO DE SU SACO


                      Fue tan poco disimulado, casi como que lo hubiera querido mostrar, pero cuando se dio vuelta, ella miraba hacia otro lado.


                      Salieron apresurados, la hora de la función se aproximaba y el tiempo corría. El taxi los dejó a media cuadra, culpa de los arreglos interminables del asfalto. Se sentaron casi sin tocarse y él se quitó el saco, no la ayudó a despojarse de su chal. Esa falta de atención la sorprendió, no era propia de él, siempre tan caballero en todas las ocasiones, públicas o privadas.
La luz menguó, el telón mostró la escenografía. Toda la primera parte de la obra la vio en automático, no podía dejar de pensar en el objeto que había ocultado. En el entreacto, él se puso de pie y le dijo, voy al baño un minuto y vuelvo. El saco quedó en la butaca.


                        No pudo contenerse, lo tomó y comenzó a revisar  su contenido, llaves, pañuelo, qué raro, no estaban los documentos ni la billetera en el bolsillo interno, ni tampoco la pequeña caja que le había visto guardar. Suspiró resignada y lo colocó nuevamente en el asiento.


                        Los minutos pasaban, llegó el fin de la obra, la gente aplaudía con entusiasmo. Ella miraba al frente, inmóvil, sin expresión. Él jamás regresó.