Miré la cartelera por Internet, pero como ya me había pasado que equivocaran el filme, lo confirmé por teléfono. Salí muy contenta con tiempo para la función de las 13 hs., la siguiente ya no contaba con el descuento. Llegué y vi una fila interminable, ese día había películas para los chicos de todas las edades en sus tres presentaciones, subtituladas, dobladas y en 3 D.
Lo consulté al chico que cortaba las entradas, sobre si alguna boletería vendía entradas para las funciones en pocos minutos. Me dijo que no y que preguntara en las boleterías, “con preguntar no pierde nada” fueron sus palabras. Crucé muy decidida la línea de fila, diciendo “voy a consultar” y pasé por debajo de la cinta divisoria ante la mirada sonriente de uno de los boleteros. A él me dirigí y le presenté mi problema, veinte minutos para que comenzara mi película y una cuadra de cola. Me dijo, espéreme un minuto. Terminó de atender y me dijo, sí? Un señor, con su mujer y dos hijos, muy apurado se adelantó, ¡mi función ya empezó 12.30! El chico, muy formal, le explicó que los jubilados tenemos prioridad. Si es verdad, no lo sé, pero salió airoso. Por supuesto exclamé, atiéndalo, por favor. Para resumir, luego de tener en mi poder la entrada, voy hacia la escalera de descenso a las salas, y me roza el comentario de una mujer enojada: ¡Algunos no hacen la fila y tienen suerte! Mi brazo en el de ella susurró, es que soy jubilada y tengo prioridad… utilizando el argumento del joven boletero. Mi espalda recibió, ¡son muchos los jubilados! Claro que no ese mismo día. La única película para gente grande de la jornada, la vi yo solita en toda la sala, privilegiada espectadora, al decir del muchacho acomodador que me saludó muy cordial al salir.