¡Hoy cumplirías 111 años!
Tenías treinta y pico cuando conociste a la veinteañera de la capelina blanca
en las playas de Montevideo. Y lograste conquistarla después con las cartas
apócrifas de un Cyrano amigo. Gran peligro el interrogante, ¿de quién se
enamoraría ella? Creo que hubo algunos nubarrones en el cielo de las sospechas.
Pero todo fue superado con la llegada de los hijos, primero yo, luego Alfredo,
el pequeño travieso que se escapaba de la silla alta para perseguir a los
conejos, mientras el abuelo corría detrás, gritando: ¡Mascalzone! Yo era la
modosita que leía cuentos en la sillita. Mala idea el ponerme de ejemplo, nunca
me lo perdonó. Fuimos creciendo con alternativas, aún hoy quedan algunas
cenizas de rencor. Pero antes no se daban cuenta de eso, papá, así que no hay
facturas pendientes. Fuiste un gran compañero en mi vida adulta, te extrañé
mucho cuando nos dejaste, el cigarrillo fue el gran culpable, nunca pudiste
dejarlo, ni siquiera cuando el médico te dijo basta. Cuando como la barrita de
chocolate Águila me acuerdo de las tuyas, que escondías entre los paquetes de
galletitas para que yo las encontrara de sorpresa. Tu ayuda al llegar el veinte
de cada mes, negra, ¿necesitás oxígeno? Y ahí iba yo a buscar mi cuota, que
devolvía religiosamente a principios del mes siguiente para recuperarla
después. Y comías lentamente, cuando estábamos en el grupo familiar decías,
ustedes sigan que yo voy despacio. Disfrutabas de todo, supiste vivir bien a
pesar de los pesares. Hoy te vuelvo a recordar para decirte algo que nunca
dije, te quiero mucho papá.