Pedrito entró cautelosamente al ático, aprovechando que el abuelo había
acudido a una llamada telefónica y la puerta se encontraba entreabierta. Tenía
prohibido hacerlo, pero la curiosidad fue superior al temor del castigo por
desobedecer. Vió con asombro ese enorme tubo apuntando hacia arriba contra el
gran ventanal y buscó una silla para treparse y ver de qué se trataba. Sus ojos
asombrados se enfrentaron con la luna muy cerquita y se asustó. Salió corriendo
y la silla se desmoronó contra el andamiaje, dejando al aparato totalmente
derribado. Cuando el astrónomo regresó al estudio, estalló de furia, pero antes
de tratar de volver todo a su lugar miró por el telescopio el paisaje, y lo que
vió lo dejó estupefacto. Allá afuera, a la orilla del mar y sobre una roca, un
joven juglar desgranaba notas con su mandolina, cantándole a ¡SU LUNA!