El hombre
paró el taxi con semblante demudado, siga a ese coche le dijo al chofer. El
taxista lo miró por el espejo retrovisor y le dijo, ¿a quién sigue? A mi mujer,
que está con otro hombre en ese automóvil. ¿Y ya sabe qué va a hacer? La cabeza
gacha del pasajero le dio una esperanza. No, yo hice lo mismo hace poco tiempo.
Entonces vaya a su casa y tómese un whisky, después se va a sentir mejor. Lo
llevó de vuelta y no le cobró.
La anciana
extendió apenas la mano y paró el taxi. El chofer arrimó a la vereda para que
ella ascendiera. En cuanto se sentó comenzó a llorar. Señora, ¿puedo ayudarla
en algo? No, gracias señor, muy amable, es un tema de familia. Ah! Disculpe que
me meta, ¿alguna enfermedad? No, es de paternidad. ¿Cómo es eso? Mi hijo se
acaba de enterar de que su padre no era quien creía, tuve un amor de juventud
antes de casarme. Y ahora no quiere ni verme. Déle tiempo, señora, no llore por
anticipado, esas noticias son fuertes para deglutirlas de una. ¿Le parece? Por
supuesto, ya va a ver que mañana o pasado la llama. Muchas gracias, señor, me
quita un poco la angustia que estoy viviendo. No es nada, y para que se sienta
mejor, ¡no le cobro el viaje!
La
adolescente paró el taxi de madrugada, tiritando de frío. El taxista la miró y
se compadeció. ¿Adónde vas? Mire señor, el tema es que no tengo dinero, mi papá
se enojó conmigo porque me escapé para ir a bailar sin su permiso, lo llamé pero
me dijo que me arregle, no quiso venir a buscarme. Así que le pido que me lleve
y ahí veo que mi mamá le pague el viaje. El chofer respiró hondo y pensó: El
tercer viaje del día con quilombos y yo siendo generoso con todo el mundo, ¡hoy
sí que perdí como en la guerra! ¡Y por boludo!