Uno cree que
todo lo que hace o dice es interpretado de la misma manera por los demás, hasta
que se encuentra con que una realidad aceptada como tal se contrapone con la
mirada ajena. Y se pregunta, ¿pero cómo, si vivieron o fueron testigos de tal
situación? Y se encuentra con gente ofendida por cosas que nunca imaginó
pudieran suceder. ¿Qué hacer entonces? Argumentar claro, explicar por supuesto,
pero enfrente tenemos a alguien que no escucha, que tiene su propia idea y no
está dispuesto a abrirse a la mínima duda.
Esto nos enoja, elevamos el tono,
¿pero cómo se puede ser tan intolerante? Y vislumbramos el peligro de una ruptura de la
paz obtenida con bases precarias, porque estaba basada en incompatibilidades no
explicitadas pero latentes. Y tal vez sea mejor así, poner sobre la mesa las
diferencias, sacar de nuestro interior lo que molesta y hace ruido, ser sinceros
aunque cueste el momentáneo enojo. El tiempo dirá.