martes, 27 de septiembre de 2011

Los domingos en que lo invitaba a comer al mediodía, él llegaba con su infaltable paquetito, costumbre tana que siempre copié. Nos sentábamos y de inmediato mis hijos, mi marido y yo la emprendíamos fervorosamente con la pasta del día. El, en cambio, se tomaba su tiempo, partía trocitos de pan, comía muy despacio y saboreando la comida. Cuando nosotros ya estábamos por dejar el plato vacío, nos insistía para que no lo esperáramos, que siguiéramos adelante con el menú. Esa manera de ser, esa humildad de proceder, me emociona cada vez que lo recuerdo. Nunca quería molestar, si lo estábamos llevando de regreso a su casa luego de una salida familiar, se quería bajar en cualquier esquina donde un colectivo lo acercara. Su única debilidad eran las chicas, de cualquier edad y color. Los ojitos le brillaban si alguna andaba cerca y no sabemos cómo conquistaba de vez en cuando a alguna candidata que luego lo acompañaba por un tiempo en su diario vivir.  Era un tímido Don Juan, pero Don Juan al fin. Y a veces constituía un problema, porque no toda la familia coincidía con sus gustos a la hora de elegir. Una sola vez me negué a que nos visitara con su ocasional compañía porque se trataba de la comunión de uno de mis hijos. Quizás el fervor religioso se me había contagiado, pero luego lamenté haberlo hecho, él fue más cabezadura que yo y no concurrió. En lo sucesivo acepté su manera de ser con la comprensión que dan los años. Viéndolo ahora con la lejanía de su ausencia y la de mi mamá, creo que él logró ser más feliz a pesar del dolor que tuvo que atravesar. Porque vivió como quiso y eso no tiene precio. En cambio mi mamá luchó siempre por algo más pero no se hacía el tiempo para disfrutarlo y a la larga eso la desgastó. Es curioso el valor que las personas dan a los logros. A la luz de los acontecimientos mi mamá parecía una triunfadora, pero el que realmente supo valorar la vida fue él. Aunque tuvo que sobrellevar una enfermedad, lo hizo de una manera muy digna y cuando ya no estuvo dejó una huella imborrable en la memoria de quienes lo conocieron. Por distintos motivos mi mamá también lo consiguió, con la diferencia que ella no alcanzó su propia felicidad.
                   Tengo un portarretrato de los dos en la casa de fotos el día de su casamiento. Ahí van a estar juntos siempre aunque la vida los haya separado todavía jóvenes. Porque pienso que las parejas quedan unidas por un hilo invisible a pesar de las diferencias, cuando el destino los hizo elegirse alguna vez.
                  

domingo, 25 de septiembre de 2011

               “Negra, ¿tenés oxígeno?”. La frase la pronunciaba mi papá por teléfono alrededor del veinte de cada mes, justo cuando mis finanzas empezaban a flaquear. Yo iba en busca del refuerzo. Cuando mi marido cobraba el sueldo se lo reintegraba y al mes siguiente se repetía la operación. Este era nuestro pacto secreto y lo disfrutábamos sin hablarlo. Cuando empecé a ir a diario, luego de su infarto, encontraba siempre la barrita de Águila guardada en el lugar de las galletitas, chocolate para taza que nunca se usaba para tal fin, antes desaparecía entre mis fauces.
                Aprendimos a demostrarnos el afecto, no sin cierta timidez de los
dos. En los primeros tiempos de su separación de mamá, no podía hacer gran cosa, yo volvía al mediodía de mi trabajo para comer y encontraba siempre el mismo menú, una olla grande con verduras de toda clase y fideos bien gordos para que la panza no se quejara. Nunca le dije nada porque entendía su dolor. Al atardecer se refugiaba en el sótano y lloraba solo su fracaso. Cuando regresaba al departamento tenía los ojos rojos. Yo le alcanzaba un mate amargo, que aprendí a tomar con él. No hablábamos mucho por un rato, o tal vez le contaba alguna anécdota de la oficina para entretenerlo. Extraño esa suerte de compañía silenciosa que teníamos, en el fondo éramos dos solitarios que se acompañaban y comprendían.
                   

miércoles, 21 de septiembre de 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

CUANDO HACERSE LA GRACIOSA NO HACE REIR

                A veces uno cree estar contando algo ocurrente y resulta que sin querer
hiere a alguien. Hoy me pasó con mi hija, ya estamos acostumbradas a tener un trato
de confianza y nos decimos las cosas, pero a veces uno no percibe que lo que escribe
según como lo comente puede caer mal. La anécdota era narrar un día distinto, pero
no fue agradable para ella. Le expliqué cuál era mi intención, nos aclaramos las cosas
y creo que ya todo está olvidado. Pero siempre quedan temas para sacar lecciones de
vida y este es uno. Pasarse de listo no es bueno a veces.

sábado, 10 de septiembre de 2011

                             UN SÁBADO DISTINTO


                        Esperaba al service del lavarropas porque ayer dijo basta. Contenta, porque me habían prometido la visita para hoy mismo, me dispuse a preparar todo en la cocina para que trabajaran con comodidad. A las diez llegó mi nietita, los papás tienen clase de tenis los sábados por la mañana.

                        Como a las doce, ya pisando la papilla de la gorda, tocan el timbre, voy con ella a abrir la puerta y respiro más tranquila, a la tarde volveré a lavar la ropa. Ya el primer gesto del técnico me dio mala espina, torció la boca al comentarle el problema. Luego dijo:
-Es la plaqueta, sale cara.
-¿Cuánto sería?
-Mil doscientos.
-Mil doscientos - susurro, y ante mi gesto, agrega:
-Sí, por eso le adelanté que era caro el arreglo.
-¿Y uno nuevo como éste a cuánto está?
-Y, tenemos que hablar de tres mil y pico. ¿Me permite pasar al baño mientras lo piensa?
-Sí, al fondo, a la izquierda- contesto casi congelada. A todo esto, la nena iba y venía repitiendo “Pando”, la película del panda que estaba viendo hasta que la interrumpieron.

                       Abreviando, decido que se lo lleve, era necesario para sellar el repuesto, y se va con mi desolación a cuestas. A los diez minutos llegan mi hija y mi yerno que deciden, de inmediato, que es una barbaridad, entran a Internet y buscan precio y ofertas convenientes. Se van con la consigna de que llame al Técnico y anule el trabajo. Eso hago, pero al rato, una señorita me informa que la Empresa no acepta quedarse con el lavarropas, tengo que pagar por el traslado y recibirlo de vuelta por ciento cincuenta pesos. Casi enseguida tocan el timbre, bajo con el dinero y le pregunto al técnico si tiene el recibo por lo que le voy a entregar, que el lavarropas lo descargue en la calle y lo deje ahí. Bajando el tono me pregunta si se lo puede llevar y en ese caso, le daría solamente cien y él entrega el resto tal cual dice el recibo. Me parece razonable, no había pagado visita y por cien pesos me saco un clavo. Pero, hete aquí que mi hija no piensa lo mismo, cree que pagué una enormidad por la visita y comienza a largarme un rosario de: nuncavasaaprendermiraloquehicisteencimapagasparaqueselolleve.

                     A todo esto, ya habíamos ido a comprar el nuevo, por suerte mañana me lo entregan. Mi yerno hizo toda la gestión con su tarjeta, entonces le pregunto cuánto salen las cuotas para irle adelantando el pago.
-Vas a arreglar conmigo-dice mi hija-y te va a salir más caro por andar pagando de más a cualquiera. Y así siguió.

                     Cuando puedo meter un bocadillo y explicarle, a pesar de sus gestos de que no quiere oir más, vuelve la calma y suspirando dice:
-Bueno, solo fueron cien pesos, nomás.

                      La amenacé con denunciarla por violencia familiar, mientras mi nietita, a mi lado, en el asiento de atrás, me tomaba la mano y sonreía.


domingo, 4 de septiembre de 2011

                                        ACTUALIDAD


                        Estamos en carne viva, los que votamos algo distinto no tenemos consuelo, porque además sabíamos que nada consistente teníamos para luchar contra tanto aparato de poder.
Toda la clase política se comportó de una manera tan sospechosamente ingenua, que uno terminó dudando de esa inocencia aparente. Firmaron un acuerdo inspirado por Terragno y terminaron yendo cada uno por su lado. ¿Cómo quieren que el pueblo crea en ellos, si dicen una cosa y hacen lo contrario? ¿O acaso no es eso lo que vemos y criticamos a diario de este gobierno? Palabras, palabras y más palabras, vacías, obsoletas e incompetentes a la hora de la verdad. Los hechos son la verdad. Tomás Abraham escribió algo hace poco, y una frase me impresionó mucho, la saqué del contexto para traerla acá, “…en este país de los recuerdos en el que las sombras son cada vez más largas”… Se vive de lo que pasó, para un lado u otro. Si Perón, si los militares, si los montoneros, si los del ejército revolucionario, todas condenas o loas, para un lado u otro. Nadie está libre de culpa, todos los que tomaron un arma para matar tienen que hacerse cargo, no quiero escuchar que hay más responsables que otros, eso es palabrería, el hecho es la muerte. Ante eso no hay nada más que decir, solo llorar y luego secar las lágrimas y seguir adelante. Eso es lo que no sabemos hacer, siempre estamos dando vueltas alrededor y alguien toma una piedra y la arroja y otro se la devuelve. No maduramos, no aprendemos de los errores, los años pasan y desperdiciamos la niñez, la juventud, la familia se resiente, se desintegra, ni siquiera sabemos fortalecer los lazos que formamos para que perduren. Quisiera, sin embargo, poder ver alguna señal de cambio en los años que quedan por venir.
Para esperanza de nuestros hijos y nietos, para su propio futuro.

sábado, 3 de septiembre de 2011

                             LA PROVEEDORA 
               

                    Hoy es un día como cualquier otro, pero tengo que salir más temprano porque el viaje en colectivo me va a llevar como cuarenta minutos hasta lo de doña Leonor. Y a ella no le gusta que llegue tarde. No porque no le trabaje lo mismo, sino porque está acostumbrada y cualquier cambio la pone mal.

                     Parece mentira que hace veinte años que le trabajo. Ella me trata siempre igual, nunca me tuteó, a lo sumo me dice, Isabel m’hijita esto, lo otro. A veces me habla como si yo fuera una jovencita, no se da cuenta de que el tiempo pasó para mí también. Claro que para ella quisiera que no, se hace la nena cuando llegan los hijos. Les habla ñañañaña… qué tontería, una mujer grande. Ellos me tratan bien, con respeto, si algún día no puedo ir se preocupan.

                       En casa las cosas están cada vez peor. La Nelly se vino ayer con los tres chicos, dice que el marido la trata con violencia, pero yo sé que es ella la que se pone violenta cuando él no le da más plata para el bingo, y tiene razón, se la pasa jugando, y a los chicos que los atienda otro. Julio y Eduardo ya no saben más que pedir plata antes de fin de mes, claro, como yo cobro por día, ellos no se saben administrar, pero la vieja es un barril sin fondo. Las vacaciones que iba a tomarme con lo que tenía ahorrado se las están llevando de a poco.

                        Este vientito que entra por la ventanilla me está sacando las lágrimas de los ojos.