“Negra, ¿tenés oxígeno?”. La frase la pronunciaba mi papá por teléfono alrededor del veinte de cada mes, justo cuando mis finanzas empezaban a flaquear. Yo iba en busca del refuerzo. Cuando mi marido cobraba el sueldo se lo reintegraba y al mes siguiente se repetía la operación. Este era nuestro pacto secreto y lo disfrutábamos sin hablarlo. Cuando empecé a ir a diario, luego de su infarto, encontraba siempre la barrita de Águila guardada en el lugar de las galletitas, chocolate para taza que nunca se usaba para tal fin, antes desaparecía entre mis fauces.
Aprendimos a demostrarnos el afecto, no sin cierta timidez de los
dos. En los primeros tiempos de su separación de mamá, no podía hacer gran cosa, yo volvía al mediodía de mi trabajo para comer y encontraba siempre el mismo menú, una olla grande con verduras de toda clase y fideos bien gordos para que la panza no se quejara. Nunca le dije nada porque entendía su dolor. Al atardecer se refugiaba en el sótano y lloraba solo su fracaso. Cuando regresaba al departamento tenía los ojos rojos. Yo le alcanzaba un mate amargo, que aprendí a tomar con él. No hablábamos mucho por un rato, o tal vez le contaba alguna anécdota de la oficina para entretenerlo. Extraño esa suerte de compañía silenciosa que teníamos, en el fondo éramos dos solitarios que se acompañaban y comprendían.
Aprendimos a demostrarnos el afecto, no sin cierta timidez de los
dos. En los primeros tiempos de su separación de mamá, no podía hacer gran cosa, yo volvía al mediodía de mi trabajo para comer y encontraba siempre el mismo menú, una olla grande con verduras de toda clase y fideos bien gordos para que la panza no se quejara. Nunca le dije nada porque entendía su dolor. Al atardecer se refugiaba en el sótano y lloraba solo su fracaso. Cuando regresaba al departamento tenía los ojos rojos. Yo le alcanzaba un mate amargo, que aprendí a tomar con él. No hablábamos mucho por un rato, o tal vez le contaba alguna anécdota de la oficina para entretenerlo. Extraño esa suerte de compañía silenciosa que teníamos, en el fondo éramos dos solitarios que se acompañaban y comprendían.
Hermoso recuerdo, Mi papa fue el hombre mas maraviloso que conoci,compartiamos mate cocido, nunca tomo mate. Como nos quedan esas charlas. Un abrazo
ResponderEliminarme ha gustado la historia, tiene el mismo ritmo e intensidad desde el inicio hasta el final.
ResponderEliminarhermoso homenaje al abuelo....pero algun dia conta cuando se recupero del duelo...ja ja
ResponderEliminarbeso mami
Gracias Lapislazuli, un beso grande
ResponderEliminarHola David C. qué gusto que pases por acá, gracias.
ResponderEliminarHola mami, no sé por qué entrás como anónimo, sí, creo que algo conté, sino lo voy a publicar, un besote grande
ResponderEliminarma cris
ResponderEliminarte quiero mucho, hoy estoy muy trsite y desbordada por lo sucia que está la casa, te escribo má tarde, un abrazote
pero vento en lunfardo es dinero, y yo tomo ventolín, y tu papá te preguntaba si tenías oxígeno,jaja,
bue paso cuado esté mejor
Gracias por compartir un trocito de tu ayer; que no todo es risa en la vida, también hay dolores, soledades. Celebro eso sí que puedas publicarlo, eso significa que ya no afecta tanto.
ResponderEliminarMil gracias de nuevo.
Un abrazo.
Los reconocemos de grandes, a veces.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Magú, ahora te mando mail, un beso grande.
ResponderEliminarHola Julio, gracias a Dios todo se supera, en una próxima entrada voy a contarlo, a sugerencia de mi hija, gracias por pasar, un abrazo
ResponderEliminarHola Gaucho, por suerte siempre tuvimos una excelente relación, será por el famoso Edipo? no fue así con mi mamá, pero eso lo pude superar en su último año de vida, ella me dio la oportunidad, se fue apagando su gran energía que tapaba la mía.
ResponderEliminar