El chico nació negro como el betún. De inmediato, intentaron encontrar explicaciones entre los orígenes de ambas familias. Llamados a larga distancia, consultas entre los conocidos de los antepasados, en fin, nada se dejó librado al azar.
Pero no lograron resultados satisfactorios. Con la palabra autorizada del pediatra, dejaron de hacer conjeturas y se dedicaron a criarlo. “Si pasan el tiempo buscando el origen, el pobre chico se les va a morir de desatención.” No necesitaron más para darse por vencidos, al fin y al cabo, por años buscaron el embarazo sin conseguirlo y ahora tenían la dicha del fruto de sus desvelos, más oscuro que sus rubicundos padres, pero heredero al fin. La mujer se mostraba aliviada y feliz. El marido, en apariencia, también.
Los años pasaron entre resfríos, cumpleaños, escuela. Justamente fue en la escuela donde se presentó un día un hombre alto, corpulento y de piel oscura, diciendo que quería conocer a su pequeño pariente. Como era de esperarse, no le permitieron hacerlo. Con muy buenos modos, la directora le explicó que tendría que dirigirse a la casa de la familia para lograr su propósito. La escuela no estaba autorizada a permitir la entrevista.
El hombre se fue con algo de desconsuelo, pero aceptando los argumentos.
Tocó el timbre, una voz femenina preguntó desde la mirilla. Se acercó para ser visto y una exclamación ahogada se oyó del otro lado de la puerta. A continuación, silencio. Por varios minutos se quedó ahí, escuchando sollozos entrecortados pero ninguna palabra. Entonces, tomó coraje y dijo: María, vine a conocerlo.