El presentador anunció la presencia del importante invitado del día. El
hombre ingresó a la sala con aire adusto y sin emitir palabra se paró frente al
atril. Alguien del auditorio levantó su mano, saludó y preguntó. La respuesta fue
escrita por el personaje en la gran pantalla pizarrón que se había deslizado
desde lo alto un rato antes. Otra pregunta, otra respuesta escrita. La sala
estaba expectante. Llamaba la atención el extraño proceder, pero nadie se animó
a indagar en ese misterio. Se trataba del muy famoso Profeta Silencioso.