Hoy
sería la esposa del diplomático uruguayo Enrique José Vidal Gutiérrez si él me
hubiera amado. Pero no fue así. En cambio, viajé a África en una misión
sanitaria y aquí vivo desde hace varios años. No puedo decir que soy infeliz
con mi destino. Contraje matrimonio con un jefe tribal, con quien en un
principio manteníamos acaloradas discusiones y que pasado el tiempo se
convirtieron en acalorados encuentros. Tuvimos varios hijos, algunos con su
piel oscura y mis ojos azules. Ahora ya son hombres y tiene sus propias
familias. Cada atardecer bailamos al son de los tamboriles y rendimos homenaje
a nuestro dios y benefactor, Unkulunkulu. No extraño nada de mi vida anterior,
es como si hubiera estado predestinada a participar de ritos y ceremonias, y
que gracias a mi posición de esposa de un cacique, el trato es preferencial y
respetuoso. Lo mismo que si hubiera sido la mujer del tonto diplomático que me
perdió.