Hoy
sería la esposa del diplomático uruguayo Enrique José Vidal Gutiérrez si él me
hubiera amado. Pero no fue así. En cambio, viajé a África en una misión
sanitaria y aquí vivo desde hace varios años. No puedo decir que soy infeliz
con mi destino. Contraje matrimonio con un jefe tribal, con quien en un
principio manteníamos acaloradas discusiones y que pasado el tiempo se
convirtieron en acalorados encuentros. Tuvimos varios hijos, algunos con su
piel oscura y mis ojos azules. Ahora ya son hombres y tiene sus propias
familias. Cada atardecer bailamos al son de los tamboriles y rendimos homenaje
a nuestro dios y benefactor, Unkulunkulu. No extraño nada de mi vida anterior,
es como si hubiera estado predestinada a participar de ritos y ceremonias, y
que gracias a mi posición de esposa de un cacique, el trato es preferencial y
respetuoso. Lo mismo que si hubiera sido la mujer del tonto diplomático que me
perdió.
La felicidad está donde menos se espera. Un beso
ResponderEliminarLa vida siempre nos sorprende, Mª Cristina. Quizás haya algo superior que guíe nuestro destino. Pero lo que realmente importa es que seamos felices y sepamos que todo es tan breve en la inmensidad del tiempo...
ResponderEliminarGracias por tus amables palabras.
Te mando un beso.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...
ResponderEliminarUn abrazo!