Su talento era inigualable. Los juicios ganados, innumerables. Fueran
culpables o inocentes, sus defendidos contaban con un triunfo asegurado, su
declaración de inocencia. Él se mostraba imperturbable, no agradecía los
elogios, se apartaba inmediatamente de todo lugar público que le diera
notoriedad. Su familia era su refugio, cada retorno al hogar, luego de grandes
batallas que lo declaraban exitoso, resultaba un bálsamo imprescindible para su
vida. Una noche se encontraba trabajando en su escritorio, la esposa notó que
un extraño vapor salía por debajo de la puerta, seguido de un olor penetrante
semejante al azufre. Intrigada, golpeó, y al no tener respuesta, abrió, no
encontró a nadie en el interior.