Su talento era inigualable. Los juicios ganados, innumerables. Fueran
culpables o inocentes, sus defendidos contaban con un triunfo asegurado, su
declaración de inocencia. Él se mostraba imperturbable, no agradecía los
elogios, se apartaba inmediatamente de todo lugar público que le diera
notoriedad. Su familia era su refugio, cada retorno al hogar, luego de grandes
batallas que lo declaraban exitoso, resultaba un bálsamo imprescindible para su
vida. Una noche se encontraba trabajando en su escritorio, la esposa notó que
un extraño vapor salía por debajo de la puerta, seguido de un olor penetrante
semejante al azufre. Intrigada, golpeó, y al no tener respuesta, abrió, no
encontró a nadie en el interior.
Dicen que el infierno está lleno de abogados. :). Un beso
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ResponderEliminarBuen relato. Gracias por tu comentario en el blog de Chelo de la Torre
ResponderEliminarHola Maria Cristina, la de la Guadaña de lo llevo, un relato lleno de intriga y misterio.
ResponderEliminarBesos.
Que mala fama tiene los abogados, el tuyo busca refugio en su familia pero no puedo escapar del todo. Un buen texto. Abrazos
ResponderEliminar¡Hay! ... Ese olor a azufre, como delata...
ResponderEliminarUn abrazo.
Buen relato misterioso,ese olor guacala!es horrible.Un abrazo!
ResponderEliminarNi más ni menos que el mismísimo demonio. Muy bueno, como todo lo que escribes, querida Cristina.
ResponderEliminarBesos.
Ups... se lo llevó el mismísimo Patas
ResponderEliminarPaz
Isaac