La anciana observa su imagen en
el espejo de la cómoda, está sentada a los pies de su cama, detrás, en la
cabecera, una fotografía de los años juveniles. Se mira extrañada, no se
reconoce, sus rasgos han cambiado tanto…
¿Dónde quedaron esos días vividos plenos de
gracia y belleza? Su cabeza da vueltas recordando diferentes momentos, pero si
no pasó tanto tiempo, ¿cómo sucedió esta transformación? Ahí están sus hijos de
pequeños, sonrisas, juegos, escuela, sus vidas en sucesión de acontecimientos,
ya adultos ahora aunque cercanos siempre. ¿Y ella? Ah, hubo de todo un poco,
claro, pero el saldo quedó a favor. Vuelve al espejo, trata de amigarse con esa
imagen aparentemente desconocida, le pregunta, se responde, asiente. Sí muchacha,
vos y yo somos la misma, siempre.