María tenía un nombre compuesto, pero rechazaba el primero porque le
parecía horrible. Es que una señora que alquilaba en la casa de su abuelo era muy
vieja y la llamaban Doña María. Imaginaba su futuro como Doña María y sufría un
montón. La familia le había puesto sobrenombre, así que no corría riesgo por el
momento. Claro que el comienzo escolar le trajo alguna complicación, pero ella
se encargó de aclarar que prefería ser llamada por su segundo nombre y todo
quedó zanjado. Cuando algunos médicos de consultorios externos salían a
nombrarla, tenía que tolerarlo. Pero cada vez que iniciaba alguna actividad
hacía la correspondiente aclaración, en su trabajo, en sus cursos, en nuevas
amistades. Era sencillo darle el gusto. Hasta que un día, ya en edad madura y motivada
quizás por alguna molesta comparación, decidió que le daría paso al primer
nombre. De ahí en adelante soy María Cristina, mucho gusto.